El nuevo Nautilus

—¿Estás segura de que no nos van a detectar? —preguntó Manu.

Era la tercera vez, y Julia le dedicó una mirada fulminante y suspiró.

—Joder, ¿cuántas veces te lo tengo que decir? —Comprobó las coordenadas de nuevo—. Rema, coño. Con el nivel de sonido ambiente, esta puta mierda flotante no va a traspasar ningún umbral.

Era difícil no tener miedo. El plan había salido de una de nuestras reuniones nocturnas, regada con café hasta el amanecer. Al principio, no era más que un “y si,” una especulación para pasar el rato. ¿Y si abordamos el sumergible y nos lo quedamos? ¿Y si creamos nuestra antiflota? Lucía empezó a divagar sobre la antilogística, y lo que se podría conseguir con un solo punto de intervención, cortando cadenas de suministro o perturbando las fechas de entregas, entradas y salidas de canales y puertos… Conforme se nos ocurrían problemas, íbamos pensando soluciones, algunas viables, otras inverosímiles. Lo que nos quedó claro era que queríamos hacerlo. Queríamos ese submarino.

Y aquí estábamos.

—Si pudiéramos llevar luces —se quejó Manu.

—¿Luces? ¿Para qué? —Sonreí con sorna—. Ya puestos, también podemos lanzar vengalas.

—No todas funcionamos igual de bien sin luz —dijo Lucía—. Estamos cerca. Silencio.

Sólo se escuchaba el ruido del viento y el mar, y los remos hundiéndose en el agua rítmicamente. De pronto, mis camaradas contuvieron la respiración. Alguien, quizás Alberto, dejó escapar un susurro.

—¿Llegamos? —pregunté en voz baja.

Manu me estrechó la mano, y se hizo el silencio. A partir de aquí el sigilo era vital. Nos recostamos, esperando el momento justo.

Fue un cuarto de hora eterno hasta que llegó un guardiamarina en su lancha de vigilancia. Unas cuantas palabras de su radio nos confirmaron que no sospechaban nada. Todo iba bien. Activó la apertura de la escotilla de carga y se metió a inspeccionar. Julia grabó la voz, y yo me puse a trabajar en el cifrado. En otros pocos minutos, salió, dio el parte, “sin novedad,” y se marchó. Era nuestro momento.

—¿Lo tienes? —me preguntó Manu.

—Creo que sí.

Estaba más que nervioso, pero el mando de la escotilla no era nada especial: un protocolo comercial, vulnerable a un sencillo ataque de reproduccción.

—¿Crees, o lo tienes? —insistió.

—Mierda… —Con los nervios, metí mal el comando—. Un momento… Ahí va.

No fue difícil contener mi deseo de gritar ¡eureka! El sistema devolvió un OK, y durante unos segundos aumentó la expectación, hasta que se oyó el servo abriendo la escotilla de nuevo.

Uno a uno, saltaron de nuestra barca de remos al carguero. Esta era la parte jodida. Lo habíamos practicado muchas veces, pero si la cagaba, me cargaba toda la operación. Me puse en pie, al borde de la barca, sintiendo el ritmo de las olas. Hacer esto a ciegas no era fácil.

—Metro y medio —me confirmó Manu al oído.

Tomé aire, salté, y caí justo al borde, un pie dentro y otro fuera. Me hice sangre, mordiéndome el labio para mantener el silencio, intentando no caer al agua. Julia me agarró justo a tiempo.

—Bien, estamos todas —dijo, mientras yo recuperaba la respiración—. David, cierra la escotilla y échame una mano con la voz.

Esta vez el comando funcionó a la primera. Una sonrisa se asomó a mis labios. Estábamos dentro.

Julia resintetizó la voz del guardiamarina pronunciando la frase de identificación que habíamos sacado del manual.

—No, abre la edición de la F0 —dije—. No suena natural. ¿No tenemos muestreado algo en una tesitura más alta?

—Tenemos lo que tenemos, tío. El guardia estaba dando novedades, aburrido. No sube el tono casi nada.

—Mierda… Eso no suena bien. Aplana la curva de la F0 ahí… un poco más…

—Pero así la prosodia…

—Ya, pero por lo menos no hay saltos bruscos, aunque suene como si llevase un pepino en el culo. Prueba a trasponer un tono y medio arriba, pásalo por un LPC

—A ver… Tiene suficiente rango, pero… no sé…

—Tira del pico de la F0 un poquito… un nada…

Nos llevó más tiempo del que teníamos pensado, pero al final quedó una muestra bastante aceptable. No sabíamos que tolerancia tenía el reconocimiento, así que no teníamos certezas absolutas. En el peor de los casos, habría que abortar. Julia tocó la pantalla, y resonó la frase de identificación en la voz del guardiamarina.

Y el sumergible respondió.

—Protocolo de identificación iniciado. Preparado para abordaje.

Se abrió la compuerta, y nos metimos cagando leches.

—¿Estáis seguros? Esta mierda tiene una pila atómica —dijo Lucía—. ¿Seremos capaces de operarla?

—Es plenamente autónomo, según el manual —dije—. Inteligencia artificial.

—Ya, y el manual también dice que la identificación biométrica es perfecta —respondió.

La carcajada de Manu nos sorprendió a todos, pero ahora que habíamos llegado hasta aquí, estaba mucho más tranquilo.

—No me fío mucho de la IA, pero seguro que la marina tampoco. Tendremos que repasar, pero algo de física sabemos entre todos. Julia, haz los honores.

Y pusimos rumbo a lo desconocido. Después de esto, no podría, ni querría, volver al muermo de ser funcionario.

Errata

Correcciones ortográficas.

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